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“Vivir en comunidad es darle al otro lo que quizás me gustaría recibir a mí, pero sin esperar a cambio”

© OIM Chile

Maira Hernández lleva ocho años en Chile, pero es oriunda de la Costa Caribe de Colombia, de donde migró el 2012 “con el sueño de crecer profesionalmente y ayudar a mis padres porque vengo de una familia humilde”, explica. En Buenos Aires continuó estudiando, y obtuvo el título de ingeniera industrial; hoy, según sus palabras, su carrera le ha servido para desempeñarse en el área que le apasiona: el servicio social, el cual ha realizado desde el Instituto Católico Chileno de Migración (Incami).  

“Mi vida gira entorno a las ayudas, desde mi vocación y profesión creo que puedo hacer mucho. Mi historia de migración se basa en llegar a rincones lejanos y que mi trabajo pueda ser útil para la sociedad. Para mí es de gran valor que mis servicios puedan llegar a personas que sí tuvieron una historia no muy favorable”, señala, y explica que es afortunada, debido a que su proceso migratorio no se debió a una migración forzosa, aunque también ha experimentado “sinsabores”.   

Luego de llegar a Chile y, según relata, experimentar algunos episodios de xenofobia, decidió irse como voluntaria a Haití, donde conoció “una realidad que esperaba, pero jamás nadie se puede imaginar y ahí sentí la necesidad de trasladar todos mis conocimientos y todo enfocarlo a la ayuda humanitaria”. Al volver, organizó diversas instancias tales como entregas de comida y bazares solidarios, las cuales la llevaron a Incami, organización donde se ha desempeñado en el área de Vinculación y Logística. “Me encanta que mi trabajo dé sonrisas, dé lágrimas de felicidad, y como he estado, entre comillas un poco sola lejos de los míos, cada vez que hago algo en pos de una familia, de un migrante, a mí me llena”, enfatiza.  

Maira cuenta que también ha formado una familia en Chile junto a su esposo, su perro y otros familiares, quienes provienen de diversos países; una “familia multicultural”, comenta sonriendo, y mencionando que es parte de varias comunidades. Al consultarle qué significa eso para ella, responde: “es aprender a cambiarme los zapatos cada día. Cada día uno aprende que no se las sabe todas, que el sufrimiento de uno no es el más grande, lo que a veces para uno es grande para otros es chico, y lo que para unos es chico para otros es grande en términos de problemas”. Para ella “vivir en comunidad es darle al otro lo que quizás me gustaría recibir a mí, pero sin esperar a cambio”.  

En cuanto a la migración, y a desempeñarse en una entidad dedicada a entregar apoyo a las personas migrantes, manifiesta que “vivir en comunidad es sufrir lo que vive tu hermano migrante independientemente de su nacionalidad, credo e ideología” lo que “te enseña a no ser egoísta, a ser humilde, a querer saber más para ayudar más, a ser resiliente, a no quedarte ahí, a no ser pasivo, sino activo todo el tiempo porque las comunidades son dinámicas, las migraciones cambian y de hecho no tanto el que viene, sino el que está”.